
Avanza la tendencia al detox digital
Por Dolores Curia / Gabriel Boric anunció que se compró un teléfono sin internet para tener también una vida off line
Muchos que no rechazan la tecnología, intentan una vida que delimite a solo los horarios de trabajo, la hiper conexión y el estado de alerta permanente que impone.
Esta semana, el presidente de Chile Gabriel Boric fue noticia por dar a conocer una decisión de espíritu vintage: se compró un celular sin Internet. El presidente Boric no instó, como circuló en el país vecino, a que los chilenos abandonen sus celulares con internet para no leer lo que dicen de él en redes sociales. Lo que pasó durante el discurso en el que terminó presentando su dumbphone fue completamente otra cosa: contó que en poco tiempo tendrá “la suerte y la alegría de ser padre y me compré uno de estos [celulares] de los antiguos sin internet. Pero entendiendo que acá no se trata de volver al pasado y negar a la tecnología, sino buscar maneras de cómo nos relacionamos de manera sana con nuestro entorno y cómo utilizamos la tecnología para mejorar nuestra calidad de vida”.
No es Boric el único que fantasea con desconectarse del exceso de estímulo del mundo digital. Uno de los recursos que esas personas eligen es volver, por lo menos parcialmente, a aquellos teléfonos que fueron furor en los 90: los dumbphones o teléfonos “tontos”.
“En nuestros talleres para las distintas edades durante 2024 surgió muchísimo esta idea de revisar qué nos pasa con el celu y las redes”, dice Facundo Bianco, Director de Bienestar Digital, una organización que promueve un uso más consciente y reflexivo del celular y las plataformas. Por primera vez en muchos años de trabajo se percibe una insistencia en recalcular algo que hasta hace muy poco estaba naturalizado. “Esta tendencia nos dice algo que es importante pensarlo, no en clave individual, sino social: hay cierto hastío, cansancio por la hiperconexión, lo difícil que es permanecer offline en un sistema que premia el vivir conectados, la alteración en la atención, en la concentración, en el sueño, en los vínculos afectivos”.
Dos hermanos conectados digitalmente
Los mellizos Andrés y Santiago Caffarena nacieron en 1982, crecieron juntos en Padua, al oeste de la PBA, estudiaron en CABA y ahora viven en provincias distintas. Pero aún a la distancia, están en una búsqueda con puntos en común en relación a lo que se conoce como detox digital, es decir, las formas más o menos graduales de combatir el FOMO, esa sensación de que siempre nos estamos perdiendo algo que provoca la exposición constante de supuestos éxitos y felicidad de todos los demás en las redes: esto genera una conexión casi permanente.
Cada uno a su manera, los mellizos comparten preocupaciones e intereses que orbitan entre la cultura visual, sus corazones un poco vintage, el deporte, todo lo que la tecnología puede ofrecer para bien y para mal, y la búsqueda de una cotidianeidad con un poco menos ansiosa.
En la postpandemia, Santiago Caffarena empezó a prestar atención a sus estadísticas de tiempo de conexión, las que le brindaban las funciones de Bienestar digital de su teléfono: “aparecen números sorprendentes: cinco, seis o incluso más horas de uso de celular por día”, dice este diseñador de Imagen y Sonido de 42 años desde su casa de Caballito.
Otro de los puntos de inflexión que motivó nuevas sensaciones frente al mundo digital, fue el documental que explotó en visualizaciones durante la Pandemia. El dilema de las redes muestra algunos de los negocios detrás del uso compulsivo de dispositivos, el poder que ejercen y la adicción que generan en los usuarios. A través del documental, Santiago conoció la organización Center for human tecnology. “Vas viendo de qué modos todo está diseñado para que tengas ganas permanentes de estar pendiente de lo que pasa en tu teléfono. No es algo individual que te pasa sólo a vos, son mecanismos preestablecidos para eso. La forma en la que se actualizan las notificaciones tiene un mecanismo parecido al de un tragamonedas. Hay en las apps determinado uso de los colores para atraer”.
En paralelo, el hermano mellizo de Santiago, Andrés, que trabaja en Sistemas, se mudó con su familia a Merlo --San Luis-- después de la pandemia, a raíz del hartazgo del encierro, la vida en la ciudad y las pantallas. Y explora sus propias formas de despegarse, en parte, de lo digital. “Sé que hay mucha gente que está probando con tener dispositivos de menor tecnología. Yo busco otros métodos para mejorar el uso del tiempo y no ‘tentarme’ tanto con las distracciones que ofrece la pantalla’”. Vivir en Carpinteria, un pueblo rural cerca de Merlo, le permite alternar su trabajo remoto con el cuidado de animales y otro tipo de tareas de campo.
“Mudarnos a un entorno más rural es algo que con mí pareja siempre quisimos hacer. Y la pandemia nos convenció. Nos dio encierro pero también, una oportunidad para remotear. Nos fuimos a un contexto muchísimo mas rústico del que vivíamos –era un departamento en Villa del Parque- donde hay que poner mucho más el lomo para hacer las cosas. Son dos toneladas de leña las que necesitamos acarrear cada invierno a la salamandra. Eso me rehabilito físicamente”. Bajó 15 kilos en esos tres años.
“El año pasado estuve al cuidado de un ternero. Tenía una videollamada de laburo con 12 personas y a la hora de almorzar, le llevaba al animal 4 baldes de 10 litros de agua. Después tengo algunos tips más para reducir el daño del trabajo sedentario, como tener un espacio que me permite alternar entre estar parado o sentado para trabajar. Termino de trabajar y salgo al aire libre, junto leña, salgo a correr, hago gimnasia”.
Mientras tanto, en Ciudad de Buenos Aires, su mellizo Santiago empezó a modificar sus hábitos digitales con pequeños pasos, como deshabilitar las notificaciones, borrar de su teléfono algunas apps como YouTube y pasar la pantalla a blanco y negro. “Deshabilité también todas las notificaciones que no fueran de personas que me pueden necesitar urgentemente, como mí pareja o mi mamá”. Y finalmente, el cambio que hizo la diferencia fue empezar a usar parte del tiempo un dubphone (“teléfono tonto”). Es el tipo de teléfonos básicos que fueron furor en los 90. Se compró un modelo chino, IPro A2, que es casi como un Nokia 1100. Tiene radio y mp3. Ese es el teléfono que suele usar cuando sale de su casa. No dejó su smartphone pero limitó su uso a las horas que necesita sí o sí estar conectado por trabajo (que son nueve) y a algunos chequeos esporádicos a lo largo del día.
Cambio de hábitos
No hay una fórmula mágica para liberarse un poco de la hiperconexión, aseguran desde Bienestar Digital. Cada cual puede encontrar lo que mejor le cuadre, dentro de sus posibilidades, más allá de los teléfonos minimalistas. Lo posible antes que lo ideal. Pero existen algunos atajos interesantes: "priorizar actividades al aire libre, hacer deporte, la lectura o alguna práctica artística, dejar el celular fuera del dormitorio y volver al reloj despertador, armar rutinas familiares donde todos dejen el teléfono, etc".
No cargar el teléfono en la habitación, usar reloj pulsera y reloj despertador, son algunas estrategias para despertar sin dejarse atrapar por el teléfono a primera hora de la mañana.
Este cambio de hábitos no fue fácil para nada. “Hay cosas de la vida cotidiana que se hacen muy complicadas sin un smartphone. No podés olvidarte de chequear si cargaste la SUBE antes de salir de tu casa, olvidarte de hacer una transferencia bancaria o pagar cosas en el acto y además, acostumbrate a moverte sin mapas. Incluso muchas prepagas ahora se manejan solo con credenciales digitales”.
Algunas de las estrategias para prescindir del smartphone fueron empezar a anotarse cosas en un cuaderno. “También me encontré una guía Filcar y la puse en el auto. A veces cuando salgo con mis hijos, voy con una camarita y es sorprende cómo cambian los criterios sobre qué momentos registrar cuando estás con una cámara de verdad.”
Para disminuir el chequeo compulsivo de su teléfono inteligente decidió usarlo como un teléfono de línea. “Es decir que cuando termino de trabajar (ese es mi tiempo de conexión obligatoria) dejo a mi teléfono inteligente en una mesita en un lugar de la casa, como se hacía antes cuando había un lugar para el teléfono fijo, con una silla y un anotador. No lo tengo encima como un chupete, sino que cada tanto paso y reviso en búsqueda de algo puntual y si quiero, chequeo también las aplicaciones pero en tiempos muy distintos de lo que sería si lo tuviera todo el día encima”.
Desde San Luis, su hermano Andrés combate la "niebla mental" de la hiper conectividad con otros métodos más estrafalarios: cuando le toca escribir algo largo, él que supo ser coleccionista de máquinas de escribir, opta por esa tecnología sin distracciones para hacerlo, y luego scannea el texto con Google Lens.
Para Facundo Bianco los beneficios de darle estos otros usos a los teléfonos son muchísimos. “Nuestra atención es el objetivo de las corporaciones más grandes del mundo, imaginemos el valor que tiene. Vivir menos conectados al teléfono nos permite estar más conectados con otras cosas, con los momentos, las personas, el mundo que habitamos. No se trata de desconocer los beneficios que tienen Internet, los dispositivos, las plataformas. Sino de aprovechar esos beneficios y reducir todo lo posible la forma en que se aprovechan de nosotros”.
Santiago Caffarena no quiere que se confunda su búsqueda de reducir su tiempo de conexión con tecnofobia: “En los 90 yo pedía por favor que se popularizara Internet. Quería aprender animación y para leer un libro sobre el tema me iba desde Padua a la Biblioteca del Congreso. Yo aprendí mucho de lo que sé sobre muchos temas en foros, incluso oficios. Pero una cosa es el enorme acceso al conocimiento y a la conexión con otras personas que posibilita Internet, y otra es que me quieran meter entretenimiento a cada instante. No voy contra las tecnologías. Estamos viviendo un mundo increíble, uno que yo de chico nunca hubiera podido imaginar. El problema es que a ese mundo no lo estamos manejando nosotros.”
Infancias
A Bienestar Digital llegan consultas de personas adultas que quieren aminorar el uso de pantallas y no saben cómo, y también porque ven un uso excesivo en sus hijos e hijas, y no encuentran la manera de volver atrás. Para Bianco "hay muchas dudas sobre cómo encarar y revertir esto, pero sobre lo que cada vez hay menos dudas, es respecto de los efectos que las pantallas nos están generando. Acumulamos evidencia que nos muestra que las pantallas están dañando a los chicos y las chicas, su desarrollo cognitivo y emocional, su capacidad de concentración, de vincularse con pares de formas saludables, con la información".
"Los que atravesamos infancia y adolescencia sin celulares inteligentes guardamos un registro de otra forma de ser y de estar en el mundo. Podemos recuperarlo. Pero es importante además que le pongamos el cuerpo a que las generaciones que nacieron en un mundo cada vez más mediado por las pantallas, tengan el desarrollo que les corresponde por derecho. Es nuestra responsabilidad y una misión que entiendo fundamental en lo inmediato", cierra Bianco.
Fuente: Página 12