Desvío a la raíz: el proyecto productivo santafesino que recupera el pasado
Por Ricardo Serruya (Desde Santa Fe)
En Desvío Arijón, un paraje a 40 kilómetros de la capital provincial, la organización Desvío a la Raíz transformó un predio abandonado del PAMI en un polo agroecológico que une producción sustentable, acción social, cultura y solidaridad. “Se puede vivir en el campo en condiciones seguras y dignas con posibilidades de trabajo rural, y proyectar la vida desde este lugar que hoy está en peligro”, aseguran. En una zona donde el modelo tradicional propone monocultivo, ahí la apuesta es la contraria: el policultivo.
Paralela a la autovía Brigadier López, que une las ciudades de Santa Fe con Rosario, se encuentra la siempre peligrosa Ruta 11. Es la vía de comunicación entre el norte y el sur en esta zona del país. Angosta, por momentos temeraria, muestra orgullosa localidades que nacieron y se desarrollaron en sus laterales. Muy cerca de la localidad de Coronda se encuentra Desvío Arijón, a una distancia de poco más de 40 kilómetros de la ciudad de Santa Fe. Se trata de un pequeño pueblo que alberga a no más de cinco mil habitantes, fundado el 15 de diciembre de 1951. Se denomina así por dos razones: Arijón en honor a quién portara ese apellido y donara tierras de su propiedad para que naciera esta localidad. Desvío porque el ferrocarril allí existente –inaugurado en 1886– trazó un ramal o “desvío” hacia la hoy ciudad de San Carlos.
Desde hace más de 15 años en este pequeño pueblo existe una organización campesina que lleva el nombre de Desvío a la Raíz. Se trata de una organización de campesinos rurales que apostaron a una producción sin venenos con perfil humano y fraterno.
Avanzar retrocediendo
Una calurosa y soleada mañana transitamos la ruta 11 hasta llegar a un nuevo espacio de producción. Familias campesinas nos esperaban. El primero en salir a recibirnos fue Jeremías Chauque. Hijo del reconocido músico Rubén Patagonia, mapuche, nacido en Comodoro Rivadavia, hace 23 años se instaló en este lugar. Divide sus horas con dos pasiones: la producción de alimentos sanos, sin venenos, y la música. Jeremías es productor campesino, pone sus manos en la tierra y también en la guitarra animando festivales por todo el país.
De gran contextura, siempre vestido de negro, con su pelo largo y unos profundos ojos marrones, enamora con su dulce pero seguro y batallador discurso. No tiene que hacer un esfuerzo de memoria para recordar los inicios: “Desvío Arijón nos permitió como espacio y familia campesina agricultora avanzar en una propuesta que tiene que ver con sostener la vida en el campo, recuperar todo lo que nos permite proyectar la vida campesina, la crianza de nuestros hijos e hijas, dejarles como herencia un suelo vivo, semillas, saberes, cultura campesina que quede guardada en su memoria, en su identidad y se pueda vivir en el campo en condiciones seguras y dignas con posibilidades de trabajo rural, de poder proyectar la vida desde este lugar que hoy está en peligro”.
Durante toda esta mañana, Chauque y otros campesinos nos hicieron de guía y de maestros. Mostraron una realidad que empezó hace 15 años, cuando en este pequeño pueblo frutillero y sojero comenzaron a batallar contra el monocultivo y las fumigaciones clamando que otro modelo productivo era posible. No fue sencillo. Se trato de un proceso lento y desigual. “Para que el modelo extractivista rural sea exitoso –relata Chauque– se necesitan campos vaciados de gente, de cultura, de identidad, de memoria y de diversidad. Por eso lo primero que hicimos fue encontrarnos con las familias del pueblo e ir recuperando esa identidad agraria, rural, campesina que tiene que ver con el idioma de la semilla, de la huerta, de animales, de la isla, del monte, pero también de los abuelos y abuelas. Fue encontrarnos para recuperar lo que ya estaba. No inventamos nada nuevo, por eso siempre hablamos de avanzar retrocediendo. Lo que ansiamos es lograr condiciones que ya existían en estos territorios”.
De aquel inicio a este presente el movimiento creció. Hoy más de 30 familias, que en su gran mayoría dependían de la producción frutillera atravesada por la lógica del agronegocio, con dependencia de agrotóxicos y la explotación permanente de los cuerpos y los territorios, son protagonistas de otro modelo: viven produciendo variedad de manera sustentable para pueblos sanos a precios populares.
Un paso más
A la hora de computar logros y en épocas de crueldad, despidos y crisis, lo hecho por estos quijotes no es poco. Sin embargo fueron por más y hoy un nuevo sueño los moviliza. Un irrespetuoso e incompleto resumen relata que a pocos kilómetros del pueblo, pero dentro de los límites de Desvío Arijón, existía un hospedaje para personas de la tercera edad que era propiedad de la obra social PAMI. El gobierno de Mauricio Macri lo cerró y durante años fue abandonado, saqueado y violentado. Se trataba de un lugar con estructuras y comodidades, de excelente diseño del que quedan algunas muestras, y que albergaba a decenas de abuelos y abuelas. Habitaciones calefaccionadas y con aire acondicionado, extensos y bellos parques, salones de reunión, cocinas muy bien equipadas formaban parte de una muy digna y necesaria estructura para estos ancianos.
La ausencia de un Estado con diseño de políticas sociales hizo que, poco a poco, esa maravillosa estructura quedara casi en ruinas. Luego de una serie de trámites y muchas conversaciones con la obra social de los jubilados, el movimiento Desvío a la Raíz pudo instalarse en el predio para dar lugar al nacimiento de un sueño que hoy es –en gran parte– una realidad y que bautizaron como EPAS (Espacio de Producción, Ambiente y Sociedad).
En un salón grande con techo de madera se encuentra Amanda. Flaca, de contextura pequeña y movediza, se para frente a un mural allí colgado que muestra un cuadro sinóptico donde se explica todo el proyecto. Ella nos relata que al ser un polo productivo existe una diversificación de proyectos: “Hoy ya tenemos funcionado el área hortícola y la cría de animales, incluso de abejas para la producción de miel y la tan necesaria polinización. También funciona el vivero donde ya estamos realizando la producción de plantines”.
Esta realidad se completa con proyectos, algunos en proceso y otros por hacerse. Entre ellos podemos vislumbrar un espacio de cultura, una fábrica de insumos, tambo, turismo educativo rural respetuoso (que de hecho ya concretó algunas visitas), escuelas de saberes, práctica de teatro, yoga y hasta espacio de recreación de deportes “para que los jóvenes no se vayan de este pueblo hermoso y no termine siendo un lugar de countries privados”.
El proyecto, nos cuenta Chauque, nació desde la misma organización con una mirada global. “Hacemos hincapié en el suelo, en el uso regenerativo del agua, cada gota que se usa está medida, planteamos actividades sociales, un lugar que sea compatible con las infancias campesinas, o sea hacer todo lo contrario a lo que sucede en la otra cultura: si el modelo tradicional propone monocultivo, acá apostamos al policultivo, si en el otro lado hay explotación, acá tiene que haber condiciones justas de trabajo y de relación entre las familias.”
En uno de los sectores del patio del lugar puede verse una obra hídrica. Grifos, relojes y caños que suben a un tanque instalado en las alturas garantiza el uso regenerativo del agua. Se trata de una inversión monetaria importante que permite realizar el riego de todo el predio sin derroche. De hecho una producción convencional necesitaría para cubrir esta extensión una cantidad de diez riegos. En EPAS –y gracias a esta tecnología– solo utilizan tres que proviene del río y que saben, por haberlo medido, que se trata de agua apta para el riego de alimentos ya que no solo “calma la sed” de frutas y verduras sino que además actúa como biofertilizante por ser rica en minerales.
Una de las patas importantes en este proyecto es el conocimiento y el aporte tecnológico que genere un punto de desarrollo de producción y de investigación en lo referido a técnicas agrarias de diseño de cultivo de alimentos sin agrotóxicos y de regeneración del suelo. En este aspecto el grupo ya se encuentra estudiando, a través de la microbiología y la geología, estrategias propias de aporte de minerales al suelo.
Mientras nos explican este trabajo se acerca Erika Ríos. Ella vive desde siempre en Desvío Arijón y hoy es uno de los eslabones fundamentales en esta realidad llamada EPAS. Nos cuenta que desde hace cuatro años trabaja en huerta y en el cuidado de “gallinas felices” (eco gallina). Junto a ella, otros y otras son los y las responsables de las dos hectáreas hortícolas. Erika aclara: “El predio tiene diez hectáreas y lo hemos diversificado en producción hortícola, fruti horticola, área de investigación de frutilla orgánica, de pastoreo racional de vacas y corderos. También tenemos esquemas de agricultura que generan una diversificación capaz de generar un círculo de fertilidad junto a un esquema de producción de semillas hortícolas adaptadas a polinización abierta. Todo esto acompañado de producción de suelo con cobertura, con abonos verdes para lograr la regeneración del suelo. Además –cuenta con orgullo- hacemos plantines: hoy tenemos zapallitos, poroto, maíz, zucchini, tomates, plantas aromáticas y medicinales”.
Para quien, como nosotros, vivimos en la ciudad nos resulta bellamente extraordinario la cantidad de pájaros que suenan como música de fondo mientras hacemos la entrevista. Nos explican que esta manera de encarar la producción es un permanente llamador del canto de aves y que este planteo productivo funciona cuando más cantos se escuchan.
Los pájaros pueden escucharse porque en este lugar, alejando de la ruta, no se escuchan los autos, pero tampoco hay maquinarias. La pregunta era necesaria. ¿Cómo hacen para trabajar el suelo, en una extensión tan importante? Quién toma la posta para responder es Jeremías: “Aprendemos de la naturaleza”, dice con una sabiduría ancestral. Y continúa: “Nos enseñan las mismas plantas, las verduras. Ponemos a la cultura como fortaleza de este proyecto.
Somos parte del entorno y eso nos permite entender y aprender de los mensajes que da la naturaleza. Se empecinan en moler y desnudar suelos con maquinaria pesada, cuando permanentemente la naturaleza te está diciendo que una de las maneras de protección y fertilidad del suelo es tratar de generar la cobertura suficiente para que la vida en ese lugar siga generando más vida. Por eso donde se lleva a cabo un sistema de producción convencional vemos suelo molido, descubierto con pérdida de fertilidad, sin microbiología ni materia orgánica. Lo hacen para que el productor dependa de los insumos. Las plagas llegan a la frutilla pero no comen el monte ni la isla. La respuesta hay que buscarlas en el sistema de producción. Hay que repetir el equilibrio natural del monte”.
Lo escuchado de la boca de campesinos, a la sombra de frondosos árboles, tiene lógica. Según estudios científicos, casi la mitad de los suelos en nuestro país han perdido la capa fértil por la violencia que, desde hace años, sufren con la acumulación de venenos y el uso de maquinaria.
Ecofeminismo
Mate en mano se nos acerca Amanda. No quiere –y tiene razón– dejar de contarnos un proyecto-realidad denominado “Mujer raíz”, una organización que ella misma se ocupa de explicar: “Se trata de un espacio de mujeres y diversidades que forma parte de la organización y que tiene una impronta mayoritariamente femenina que reivindica nuestra labor campesina. Nace porque había algunas cuestiones que necesitábamos abordar. Nos encontramos frente a muchas situaciones de violencia de género en nuestras casas. En este contexto el espacio se crea para poder hablar cuestiones comunes y organizarnos en relación a lo que tiene que ver con nuestra condición de mujeres o disidencias. Tuvimos que organizar refugios para albergar compañeras y sus hijos. Se trata de un espacio que nos abre lugares, nos posibilita encuentros e intercambios. Somos mujeres productoras de alimentos que además defendemos nuestra condición de trabajadoras de la tierra”.
Feriar
El círculo parece cerrarse cuando lo que se produce en el lugar llega a la mesa de las familias. Desvío a la raíz, como lo hacen tantas otras organizaciones de producción sana, acude o gesta espacios de ferias donde sus productos se muestran y venden en pueblos y ciudades.
En este caso estos productores campesinos hace 15 años lo vienen haciendo. Para conocer este perfil de la organización hablamos con Kuaniep. De sonrisa permanente y hablar pausado y tranquilo, comenta que “las ferias son una pata fundamental. Una feria es una fiesta. El campo llega a la ciudad o al pueblo y lleva una propuesta que, si bien el centro es el alimento sano, también acerca otras cuestiones como el intercambio de semillas y de saberes. Es encontrarse y volver a sentir olores y sabores que se han perdido”.
En una de las paredes del salón puede verse un mural realizado con fotos que muestran estas experiencias en ciudades y pueblos. Tablones con zapallos y tomates que son distintos a los que habitualmente se ven en verdulerías o supermercados y que, según nos relata con entusiasmo Kuaniep, “vemos como genera en los habitantes del lugar una felicidad que, aún hoy, nos sigue sorprendiendo. Mucha gente grande rememora y recuerda que, hace algunos años, los alimentos eran similares en su olor y tamaño al que nosotros llevamos y eso resulta fundamental porque replantea que se puede volver a hacer, que no es complicado y que lo más importante es la semilla y allí nace el intercambio”.
En épocas donde, una vez más, sectores políticos y vinculados al agronegocio vuelven a insistir con el absurdo patentamiento de las semillas, estas prácticas se convierten en trincheras, como ellos mismos dicen: “Nosotros vamos a las ferias armados, siempre en los bolsillos llevamos semillas”.