El Papa denunció "complicidades de un sector del poder político, policial, judicial, económico y financiero". A la ya complicada complicada situación económica y social que se vive en el país, amplificada en una ciudad castigada al tener que convivir con el terror.
Cada escalada de violencia en Rosario, tal como lo marcamos desde el Laboratorio de Sociología Clínica, genera una atención especial de los distintos medios de comunicación y dispara una variedad de análisis inusitada. Sin embargo, es dificil establecer conclusiones si no se analizan a fondo la datos concretos de la trayectoria social de la última década de una de las ciudades más importantes de nuestro país.
La criminología de datos nos brinda una mirada interesante para empezar a comprender la realidad rosarina. Promediando las estadísticas de los últimos años, concluimos que el 17% de los homicidios dolosos ocurren en esta ciudad. Es decir que esa cifra se da en tan solo el 4% de la población total.
Hay una violencia en parte naturalizada por quienes habitamos esta ciudad. Pero cuando esta violencia escala, como en estos últimos días, se encienden todas las alarmas y comenzamos a actuar en una forma similar a lo que lo hacíamos en la pandemia.
Rosario sangra desde hace mucho tiempo, pero solo se actúa sobre uno de los factores, de un crimen que está conformado por una trama multicausal: consumo, complicidad política, judicial y policial, instituciones financieras que blanquean el dinero, etc.
En Rosario hay un consumo problemático en la mayoría de los barrios, a lo que se suma en los últimos años un consumo de carácter social de clases medias y alta, lo que hizo de nuestra ciudad un atractivo apetecible para el mercado narco.
De acuerdo a un minucioso estudio realizado por el Sedronar en 2017, que analiza el consumo promedio, en el caso de la cocaína es del 6,7% de la población. Trasladados a la población rosarina, implica un consumo de 30 toneladas al año, cuando lo que se decomisa por año puede llegar en el mejor de los casos al 10% de esta cifra. Nadie explica de qué manera ingresa semejante cantidad de droga, es raro que no se pueda detectar semejante aparato logístico que abarca desde el ingreso a la ciudad hasta que llega al búnker, que es el único objetivo de las autoridades: el narcomenudeo.
Estas cifras duras son lo suficientemente claras para comprender la profundidad del problema. Hay una ausencia del Estado en ascenso y en retirada de los grandes barrios de Rosario, una violencia que recrudece, y una mirada sesgada de las sucesivas autoridades atacando el último eslabón de esta gran cadena, sin plantearse enfrentar las otras patas de este conflicto: el financiamiento, las principales complicidades (politica, judicial y policial) que permanecen incólumes mientras asistimos a una escalada de violencia inusitada.
La solución no pasa solamente por la llegada de un cierto número de fuerzas policiales, o presentar en los medios, policías pidiendo documentos en pleno centro de la ciudad. Debe plantearse seriamente una política basada en una inteligencia criminal de cara a terminar con esta pesadilla.
*Director del Laboratorio de Sociología Clínica de la UNR.